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Burkas* en Mar del Plata

  • anteojosvioletas
  • 19 may 2017
  • 5 Min. de lectura

*A modo de aclaración hablaré de ahora en más de la historia del Burka en asociación con el Niqab, entendiéndolas como prendas de equivalente valor simbólico, destacando que la primera presenta como diferencia una rejilla de tela en el espacio de los ojos, mientras que la segunda los deja al descubierto y ocasionalmente también las manos.

Mar del Plata, sábado 21 de enero, 13:00 horas, 33º


Por vez primera en estos pagos vi a una mujer con Burka, esas prisiones de tela que sólo dejan un pequeño rectangulito donde se ven los ojos. Yo iba de falda y musculosa sobre mi bicicleta, volvía del trabajo, era sábado al mediodía e iniciaba mi fin de semana, respiraba libertad.


La mujer paseaba a un bebé en un cochecito. La miré. Nos miramos durante algunos segundos. Cada una con la mirada fija y perdida en los ojos de la otra. Sentí mucha pena por ella. Cómo debería estar sufriendo bajo esa pesada túnica negra que no dejaba ver siquiera sus manos o pies. Qué horror sólo poder ver el mundo a través de una rendijita minúscula. Qué pena que se vea obligada a seguir un código de vestimenta tan injusto. Qué pena sentir pena por otra persona.


Me pregunto qué pensaría ella de mí, ¿sentiría vergüenza por mi modo de vestir y montar una bicicleta? ¿Sentiría rabia? ¿Vergüenza? ¿Miedo? ¿Acaso bronca? ¿Bronca por mi forma de andar? ¿Bronca por no poder andar del mismo modo? Me inquieta y me desconcierta.


Seguí mi camino pero me quedé reflexionando sobre estos interrogantes, pérdida en sus ojos, pensando en ella y en qué vida llevaría. Me cuesta pensar que esa prenda puede llegar a ser una libre elección con 33 grados en una ciudad balnearia.

Mar del Plata, miércoles 17 de mayo de 2017, 08:45 horas, 8°


Volví a ver a una mujer con Burka, esta vez de color blanco en lugar de negro azabache como en la última oportunidad -si fue la misma mujer que vi durante el verano no podría determinarlo-, esta vez no empujaba un cochecito sino que iba acompañada por un hombre que, a juzgar por su vestimenta, compartía las mismas tradiciones religiosas. Ambos estaban ingresando a una vivienda y lo que me llamó la atención de esta escena es que, entre sus ropajes típicos él usaba unas zapatillas deportivas y ella iba descalza.


La observé -nuevamente sobre mi bicicleta y debajo de mi campera- y con el frío que hacía en ese momento no pude comprender como eso es una elección. No sólo por la facilidad de contraer al menos un resfriado sino también por los peligros que conlleva transitar sin calzado alguno por una zona urbana y con la visión comprometida. Tropezarse, clavarse algo, lastimarse, pisar suciedad.

El Burka o Niqab consta de un vestido holgado de mangas largas y un velo que se ata a la cabeza y cubre el cabello, la cara y el cuello y apenas deja al descubierto los ojos. Impide a la usuaria ver con claridad nada que no se encuentre a un metro de distancia de frente, volviéndola dependiente de otra persona para poder desplazarse con eficacia, especialmente en espacios abiertos puesto a que estrecha el campo visual hacia los costados. Es largo hasta los tobillos y limita la movilidad de tal forma que impide correr. Atrapadas en esta cárcel de tela, las mujeres no pueden defenderse.


Además de ser incómodos, producen consecuencias nocivas para la salud teniendo en cuenta que su peso (alrededor de 7 kilos) ejerce presión sobre la cabeza y el cuello y la tela, cuantiosa y asfixiante, genera fatiga al caminar. También puede causar o empeorar las condiciones médicas preexistentes en algunas personas debido a la falta de luz solar. En particular, contribuyen a la predisposición para la hipovitaminosis D (deficiencia de vitamina D), que conduce tanto al raquitismo como a la osteoporosis y aumenta el riesgo de convulsiones en los lactantes nacidos de madres afectadas.


En otro orden, la obligatoriedad de su uso trae aparejado un factor de nulidad de identidad puesto a que al desplazarse completamente cubiertas por la calle se convierten en seres inciertos, personas carentes de forma y rostro que no pueden reconocerse entre ellas. Asimismo, se distorsiona la relación de madre e hijo a través de una cortina de tela.

En sus orígenes, el Burka era una prenda utilizada sin distinción de sexo ya que servía para proteger al cuerpo de los fuertes vientos que azotaban en el desierto. La introducción de este atuendo de la forma que la conocemos hoy se produjo en Afganistán a principios del siglo XX, durante el mandato de Habibullah (1901-1919), quien impuso su uso a las mujeres que componían su numeroso harén para evitar que la belleza facial de estas tentara a otros hombres. De esta forma, el Burka se convirtió en el traje por excelencia de las mujeres de clase alta y, como sucede comúnmente con las modas, es el sector acomodado quien impone los códigos de vestimenta y el resto de las capas sociales termina imitándolo, emulando el signo de distinción. Ya para la década de los 50 su uso se había popularizado.

Hubo intentos de “occidentalizar” Afganistán y abolir el uso del Burka, como durante el reinado de Amanullah (1919-1929) pero éstos se vieron frustrados por la mentalidad de la sociedad, quien se manifestó a través de revueltas sociales. Cuando su mujer Soraya Tarzi se mostró ante el público descubierta se produjo un agitación tal entre la multitud que conllevó a la caída de su dinastía y su posterior exilio a la India.

Desde que los fundamentalistas llegaron al poder entrenaron a los talibanes, quienes mandan en Afganistán desde 1996, y decretaron que las mujeres deben utilizar obligatoriamente el Burka. Estos sostienen que el velo les garantiza el control sobre sus cuerpos. Así, las mujeres comienzan a usarlo cuando se inicia su pubertad y, luego del matrimonio, es el esposo quien impone el tipo de Burka que quiere que su mujer lleve. El Burka se presenta a sí mismo entonces como uno de los símbolos de la represión y discriminación ejercida por el régimen talibán hacia las mujeres.

El Corán no menciona específicamente el uso de esta prenda, muchos musulmanes creen que los textos de Mahoma exhortan tanto los hombres como a las mujeres a vestirse y comportarse modestamente en público. Sin embargo, este requisito ha sido interpretado de múltiples formas por los eruditos islámicos, desfavoreciendo -para variar en la historia de la religión y la humanidad- al género femenino.

Desde septiembre del 2014 Mar del Plata cuenta con una mezquita en la cual los devotos del Islam pueden orar cinco veces al día, aprender árabe y dedicarse al estudio del Corán. El pintoresco edificio ubicado en Bolívar y Córdoba cuenta con dos oratorios (uno para mujeres y otro para hombres) y dos entradas, la principal, que goza de llamativas ornamentaciones, y una segunda de madera y diseño bastante más austero, exclusiva para el ingreso de mujeres.


Desde que existe esta mezquita, en el centro se ven muchas personas vestidas con trajes típicos musulmanes, en su mayoría niños, jóvenes y hombres y también mujeres, aunque tal vez con menos frecuencia.


Sin dudas es un derecho inalienable que la gente pueda profesar sus creencias con total libertad, ergo también sale a la luz el aspecto más injusto y retrógrado de algunos de quienes la practican. Me pregunto si la convivencia con este tipo de manifestaciones de las comunidades religiosas amplia libertades o cercena derechos. Lamentablemente no puedo ver estas prendas de otra forma que no sea como una prisión femenina y una muestra tangible de la desigualdad más cruel. Así, el enriquecimiento cultural que le brinda la comunidad musulmana a esta ciudad se contrapone con el aporte más rancio de sus costumbres.


En ningún sentido es el objetivo de este texto estigmatizar a estas mujeres y tengo plena conciencia de la discriminación que sufren alrededor del mundo debido a su idiosincracia pero pienso que en un país en donde muere una mujer cada 18 horas, se recortan los presupuestos en emergencia de género e impera un machismo recalcitrante necesitamos a las mujeres libres y empoderadas y no enfundadas en el símbolo de la sumisión.


 
 
 

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"El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos". Simone de Beauvoir

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